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Andrea Arribas Santos

ESTE SUEÑO CUMPLE UN AÑO




Dimoana cumple un año. Aún me resulta difícil de creer que hace 12 meses, llorando y con la mano de mi hermana entre las mías, me atreviera a pulsar el botón de publicar. Esa fantasía en la que solía refugiarme cuando el mundo me fallaba se convertía en mi realidad. Casi podía sentir la presencia de una pequeña Andrea sonriendo desde un rincón de la habitación, mirándome embelesada con orgullo, la frase “lo hemos hecho” resonando en mi cabeza. Abrir mi propia marca de ropa había sido mi sueño de la infancia, esos de los que la sociedad tan pronto nos invita a desprendernos. Entre mi sueño y yo se interponía una sola palabra. Mi padre solía decir que “de la vergüenza ni se come ni se almuerza”, una frase que se me antojó ajena durante años. Sentía que mi vergüenza me comería viva antes que yo a ella. Y sin embargo ese día de noviembre la hice mía, como una astronauta alzando su bandera en la Luna.



En ese preciso instante mi vida cambiaba y yo cambiaba con ella: mi forma de pensar, de actuar, de ver el mundo. Empecé a tirar siempre para adelante a pesar del vértigo, a no rendirme aunque la noche fuera oscura y a no aceptar un no por respuesta donde podía haber un sí. Y no fue por ausencia de miedo, porque lo tenía, y mucho. Tenía tanto miedo que sentía físicamente su presencia retorciéndose en mi estómago. Debería confesar que aquel otoño no estaba en mi mejor momento. Al contrario, estaba tan solo empezando a adentrarme en el peor año de mi vida, en el que mi salud mental se vió comprometida y del que todavía me estoy recuperando.

Mis fuerzas flaqueaban y las dudas me quitaban el sueño, pero cualquier cosa que pusiese en la balanza no era lo suficientemente pesada como para vencer a Dimoana. De repente me volví valiente, fuerte, un poco más impaciente, si cabe, y más decidida que nunca. Me levantaba de la cama cada día, aunque algunos me lo pusieron muy difícil. ¿Y sabes qué? Que solo por eso merezco una enhorabuena, porque no es fácil convivir con el dolor. Pero gracias a cada batalla ganada me convertí en la persona que siempre había querido ser. Fui cambiando poco a poco, sin ser consciente de ello, hasta que un día me miré en el espejo y me reconocí por primera vez. Era más yo que nunca. Ahora, justo un año después, puedo verlo con claridad.

No os voy a mentir, el camino ha sido más duro de lo que podría haber imaginado. Pero espero que me creáis cuando digo que nunca pensé en tirar la toalla. Porque, en el fondo, siempre supe que este era el único camino para mí. Por eso miro atrás con orgullo y adelante con más ganas que nunca. Por cada puerta que se ha cerrado se ha abierto un agujero en el techo, y ahora veo el cielo desde mi habitación. Hay que confiar siempre en el proceso, y recordártelo a tí misma los días que se te olvide.






Me siento agradecida por tener una familia y amigos que nunca me dejaron caer cuando las fuerzas me fallaron. También por mi compi Sonia, que apareció cuando más la necesitaba y me arropa en la distancia cuando tengo días malos. A mi compi Javi, recién llegado al equipo, por apostar por Dimoana y sumarse al proyecto sin dudarlo. A mi becario de cuatro patas, que es quien soporta mis abrazos llorosos y mis explosiones de felicidad. Y sobre todo a mi hermana, por su apoyo incondicional y su mano siempre agarrada a la mía.

Ahora hay personas que llevan la ropa que coso en días lluviosos en casa de mi abuela. No sé si han sido la suerte y el destino o el trabajo y la perseverancia los que me han llevado hasta aquí, llámalo como quieras. Pero no cambiaría este viaje por nada del mundo.




Con amor,


Andrea. Fundadora de DIMOANA.


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